26 y 27 de septiembre fueron los días más dolorosos de mi existencia.
Ver morir a mi madre, la que me dió la vida, fue demasiado doloroso pero en esos días aún no intuia como iba a ser vivir sin ella. En esos momentos estaba como en shock. No percataba lo que sucedía. Me preocupé por los preparativos del funeral. Toda mi familía (padre y hermanos) estaba igual. Decidir que féretro, nicho, flores, hora de la misa, llamar a los familiares, etc son cosas a decidir en las primeras horas.
¿Qué iba a pasar a partir de ahora? ¿Cómo sería no tener a la persona que tanto queríamos a nuestro lado?
Es duro, muy duro. Parece que al principio aún tenía la esperanza que volvería a mi lado, como si estubiese en un lugar descansando y al que yo no podía ir a visitarla. Pero eso es la primera ilusión. Después soñaba constantemente con ella, hecho que aún me sucede hoy.
Durante este año he pasado por sentimientos contradictorios, que según los psicólogos son etapas normales del duelo. Sentir rabia, culpa, desamparo, incredulidad, dejadez... una especie de apatía me invadía diariamente. Y cuando no se trataba de apatía me invadían unas terribles ganas de hacer cosas, de cambiar mi mundo, pero me paralizaba el dolor.
Ver sufrir y morir a una persona tan especial y significativa como es mi madre me ha marcado demasiado. Pero la vida sigue...