Su piel fina y blanca, su pelo rubio y largo,
sus pechos firmes y su vientre plano
estaban delante de mi cuando abrí los ojos.
Su olor corporal era un imán
que invadía mis sentidos,
y me llevó a recordar lo que pasó la noche anterior,
provocando una mezcla entre estremecimiento y placer.
La observé mientras dormía.
Estaba tranquila, serena.
No podía dejar de mirar con admiración su belleza.
Esa belleza centro europea que me cautivó.
Mi mano acarició de nuevo su vientre,
subiendo por el contorno del pecho
para apartar el cabello que caía sobre su pezón
y dejar así al descubierto la piel rosada de este.
Seguí abrazándola un buen rato,
ofreciéndole besos y caricias que bien merecía
ya que nadie había conseguido atrapar tanto mi deseo
hasta el punto de que me durmiese abrazada.