Es curioso... cuando mi alma está melancólica porque siente el peso de la ausencia de mis padres me encanta escuchar rancheras. Soltar unas lagrimitas y aliviar la soledad de no tenerlos cerca ya bien porque estoy en otro país en caso de mi padre o por la imposibilidad de ver a mi madre que nos dejó hace casi 5 años.
Las letras de las rancheras son tan profundas, tan intensas y tan catastrofistas que me ayudan a soltarme. Abren esa cajita donde guardo con llave los sentimientos. No los dejo salir y cuando lo hago salen con tanta fuerza como un torrente que inunda mis ojos y las lágrimas caen sin cesar.
En especial hay dos cantantes que me producen esa sensación casi automáticamente. Rocío Durcal y Vicente Fernández. A mi madre le encantaba la primera, a mi padre le gusta el segundo.
Recuerdo esos domingos en la Citroën C15 blanca que tenía mi padre volviendo a casa y escuchando un casette de rancheras donde había canciones de ambos. Volvíamos a casa y a pesar de las peleas entre mis padres por cosas cotidianas yo disfrutaba con la música. También recuerdo muy buenos momentos donde sobre todo mí madre cantaba. Y lo hacía bien... Cantaba por alegría o para auyentar las penas que cantando nos hacía entender que es mejor cantar que llorar.
Y que de canciones... y que de recuerdos... y como me gusta soltarme y aliviarme con ellos. La mejor medicina. Y como hacía mi querida madre, mejor canto y no lloro, ¿no?